Sálvese quien pueda
por Davina Santos.
El
fin del mundo está al llegar. Con esta premisa tan fatalista se abre la primera
cinta de Thomas Cailley, que no sólo le ha merecido el premio FIPRESCI en el
Festival de Cannes, sino que le ha permitido hacerse con nada menos que tres
galardones en los premios César (los correspondientes a mejor ópera prima,
mejor actor relevación para Kévin Azaïs y mejor actriz de reparto para Adèle
Haenel, que los amantes del cine francés conocerán por haber protagonizado otro
gran debut: el de Céline Sciamma, su pareja en la actualidad). Y es que lo
primero que hay que destacar de la película son sus notables interpretaciones,
merecidamente reconocidas por el jurado: la joven competía con nada menos que
Juliette Binoche, Catherine Deneuve y Marion Cotillard, así que ya os podéis ir
haciendo una idea del nivel que tiene la nueva musa de los Dardenne.
Por lo
demás, no es de extrañar que esta película haya conquistado a la crítica y convencido al público. Construida a partir de la atípica historia de amor que se teje entre Arnaud, un adolescente sensible, inseguro y con escasas esperanzas en el futuro, y Madeleine, una
joven obsesionada con ser autosuficiente y conquistar el futuro cogiéndolo por
los cuernos, la película explota todas las posibilidades que el argumento le
ofrece, apostando, al mismo tiempo, por un guión fresco, imprevisible, y por
una banda sonora experimental que busca marcar un ritmo ágil antes que
enfatizar emociones.
De esta manera, conforme abandonamos el primer acto, caracterizado por una comedia que
recoge una acertada instantánea de las nuevas generaciones, incapaces de
encontrar su lugar en un mundo asolado por la crisis, cambiamos de género para adentrarnos en una
metáfora de la sociedad actual que dota a la película de un cierto carácter de fábula, sin por ello caer en simplificaciones que conviertan a sus protagonistas en adalides de nada.
Así, el entrenamiento en un campamento militar permitirá a Madeleine (Adèle Haenel), experta en macroeconomía y en no necesitar a
nadie, darse cuenta de que, fuera de su mundo de chalet adosado y
piscina particular, no podrá salir adelante si se mantiene aferrada a su estricto individualismo.
La confirmación de esta idea, que se impone conforme
avanza la película, se produce en medio de la naturaleza, la tercera
protagonista de la película. Y es que la lucha por la supervivencia en un
espacio libre de las restricciones a las que nos somete el sistema en el que
vivimos descubre a los protagonistas que sin solidaridad, sin
empatía, el mundo estaría perdido. De nada vale que estemos bien preparados si no
somos capaces de colaborar, de tendernos una mano y de creer en los otros. Pero
también es un canto de libertad enmarcado en una naturaleza imponente, una invitación a
dejar de machacarnos (como Arnaud espeta a Madeleine) y a dejarnos llevar en un
mundo marcado por las imposiciones. Desde luego, Thomas Cailley, con una
película aparentemente tan liviana, tan alejada de las formas del cine
pretendidamente “culto”, predica con el ejemplo, invitándonos a reflexionar desde el juego, con la humildad a la que obliga ser en un mundo que se cae a pedazos, en el que
nada está escrito y todo es posible.
Francia. 2011. T.O.: Les
combattants. Director: Thomas Cailley. Guión: Thomas Cailley, Claude Le Pape. Música: Philippe Deshaies, Lionel Flairs, Benoit Rault. Fotografía: David
Cailley. Productora: Nord-Ouest
Productions. Reparto: Kévin
Azaïs, Adèle Haenel, Antoine Laurent, Brigitte Roüan, William
Lebghil,Thibaut Berducat. Duración: 98 minutos. Comedia.
Drama. Romance.
El argumento se ve interesante, para mí la individualidad siempre ha sido muy importante pero sin llegar al aislamiento del egoísmo.
ResponderEliminarLa primera versión de esta crítica contenía una cita de las Lecturas para minutos de Herman Hesse que seguramente te parecerá interesante: "Toda individualización exacerbada se vuelve contra el yo y tiende a su destrucción".
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